viernes, 3 de abril de 2015

VICTORIA KENT - ESPAÑA

LA FEMINISTA QUE SE OPUSO AL SUFRAGIO FEMENINO
 





 
DISCURSO SOBRE EL VOTO FEMENINO
  VICTORIA KENT
ANTE  LAS CORTES EN 1 DE OCTUBRE DE 1931
 
" Señores Diputados, pido en este momento a la Cámara atención respetuosa para el problema que aquí se debate, porque estimo que no es problema nimio, ni problema que debemos pasar a la ligera; se discute, en este momento, el voto femenino y es significativo que una mujer como yo, que no hago más que rendir un culto fervoroso al trabajo, se levante en la tarde de hoy a decir a la Cámara, sencillamente, que creo que el voto femenino debe aplazarse.
Que creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal. Quiero significar a la Cámara que el hecho de que dos mujeres, que se encuentran aquí reunidas, opinen de manera diferente, no significa absolutamente nada, porque, dentro de los mismos partidos y de las mismas ideologías, hay opiniones diferentes. Tal ocurre en el partido radical, donde la Srta. Campoamor figura, y el Sr. Guerra del Río también. Por tanto, no creo que esto sea motivo para esgrimirlo en un tono un poco satírico, y que a este problema hay que considerarle en su entraña y no en su superficie.

En este momento vamos a dar o negar el voto a más de la mitad de los individuos españoles y es preciso que las personas que sienten el fervor republicano, el fervor democrático y liberal republicano nos levantemos aquí para decir: es necesario aplazar el voto femenino. Y es necesario Sres. Diputados aplazar el voto femenino, porque yo necesitaría ver, para variar de criterio, a las madres en la calle pidiendo escuelas para sus hijos; yo necesitaría haber visto en la calle a las madres prohibiendo que sus hijos fueran a Marruecos; yo necesitaría ver a las mujeres españolas unidas todas pidiendo lo que es indispensable para la salud y la cultura de sus hijos. Por eso Sres. diputados, por creer que con ello sirvo a la República, como creo que la he servido en la modestia de mis alcances, como me he comprometido a servirla mientras viva, por este estado de conciencia es por lo que me levanto en esta tarde a pedir a la Cámara que despierte la conciencia republicana, que avive la fe liberal y democrática y que aplace el voto para la mujer. Lo pido porque no es que con ello merme en lo más mínimo la capacidad de la mujer; no, Sres. Diputados, no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República. Por esto pido el aplazamiento del voto femenino o su condicionalidad; pero si condicionamos el voto de la mujer, quizás pudiéramos cometer alguna injusticia. Si aplazamos el voto femenino no se comete injusticia alguna, a mi juicio. Entiendo que la mujer, para encariñarse con un ideal, necesita algún tiempo de convivencia con la República; que vean las mujeres que la República ha traído a España lo que no trajo la monarquía: esas veinte mil escuelas de que nos hablaba esta mañana el Ministro de Instrucción pública, esos laboratorios, esas Universidades populares, esos Centros de cultura donde la mujer pueda depositar a sus hijos para haberlos verdaderos ciudadanos.

Cuando transcurran unos años y vea la mujer los frutos de la República y recoja la mujer en la educación y en la vida de sus hijos los frutos de la República, el fruto de esta República en la que se está laborando con este ardor y con este desprendimiento, cuando la mujer española se dé cuenta de que sólo en la República están garantizados los derechos de ciudadanía de sus hijos, de que sólo la República ha traído a su hogar el pan que la monarquía no les había dejado, entonces, Sres. Diputados, la mujer será la más ferviente, la más ardiente defensora de la República; pero, en estos momentos, cuando acaba de recibir el Sr. Presidente firmas de mujeres españolas que, con su buena fe, creen en los instantes actuales que los ideales de España deben ir por otro camino, cuando yo deseaba fervorosamente unos millares de firmas de mujeres españolas de adhesión a la República, cuando yo deseaba miles de firmas y miles de mujeres en la calle gritando "¡Viva la República!" y "'Viva el Gobierno de la República!", cuando yo pedía que aquella caravana de mujeres españolas que iban a rendir un tributo a Primo de Rivera tuviera una compensación de estas mismas mujeres españolas a favor de la República, he de confesar humildemente que no la he visto, que yo no puedo juzgar a las mujeres españolas por estas muchachas universitarias que estuvieron en la cárcel, honra de la juventud escolar femenina, porque no fueron más que cuatro muchachas estudiantes. No puedo juzgar tampoco a la mujer española por estas obreras que dejan su trabajo diariamente para sostener, con su marido, su hogar. Si las mujeres españolas fueran todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino.

Pero en estas horas yo me levanto justamente para decir lo contrario y decirlo con toda la valentía de mi espíritu, afrontando el juicio que de mí puedan formar las mujeres que no tengan ese fervor y estos sentimientos republicanos que creo tener. Es por esto por lo que claramente me levanto a decir a la Cámara: o la condicionalidad del voto o su aplazamiento; creo que su aplazamiento sería más beneficioso, porque lo juzgo más justo, como asimismo que, después de unos años de estar con la República, de convivir con la República, de luchar por la República y de apreciar los beneficios de la República, tendríais en la mujer el defensor más entusiasta de la República. Por hoy, Sres. Diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer. Yo no puedo sentarme sin que quede claro mi pensamiento y mi sentimiento y sin salvar absolutamente para lo sucesivo mi conciencia. He ahí lo que quería exponer a la Cámara.
 
  
¿QUE PASÓ ENTRE
CLARA CAMPOAMOR Y VICTORIA KENT
HACE 80 AÑOS ?

 
 
Artículo de la antropóloga e  historiadora Nina Parrón Mate, veterana activista de movimientos feministas, forma parte de la dirección de "Podemos"  en Palma siendo la número dos de la lista oficialista al Consell. Preside el Consell de Participació de les Dones de les Illes Balears.
 
 
" Aunque hoy en día nos parezca increíble, hace sólo 80 años que las españolas contamos con estatuto de ciudadanas, es decir, tenemos derecho al voto. Desde que las primeras voces se alzaron pidiendo el derecho al sufragio femenino para que este fuera realmente universal, hasta que se convirtió en una realidad para la mayoría de los países, pasaron más de dos siglos. España no fue país pionero en otorgarlo, pero ni mucho menos estuvimos a la cola. Solo tenemos que recordar a Francia que, tras la revolución de 1789, abrió el camino a la concesión del voto… masculino, y no fue sino en 1947 cuando las francesas lo consiguieron.

De hecho, fue entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial cuando se inició el lento goteo de este derecho. La cota más alta de lucha imaginativa y contundente, la tienen las sufragistas británicas, mientras que en España, fue una reivindicación de una minoría ilustrada y de un grupo de mujeres feministas, y el debate no estuvo en la calle sino en los partidos políticos, alentados por mujeres dentro de ellos. En 1931, este país se estaba adentrando, por fin, en la modernidad y en la democracia, y mucha gente pensaba que toda la población debía gozar de sus ventajas, sin distinción de sexos. Hacía poco que las mujeres podían ser elegidas, pero no electoras. Además de Margarita Nelken, del PSOE, Clara Campoamor del Partido Radical y Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, fueron las primeras mujeres en obtener un escaño, votadas por hombres. Todas ellas eran feministas.

Se habla mucho de los fenómenos paranormales, de que la energía no se desvanece fácilmente. Si esto es así, entonces, las paredes del hemiciclo de las Cortes generales españolas deben estar impregnadas de una buena parte de la energía que desprendían estas dos portentosas mujeres, hace 80 años ahora; cuando el hemiciclo queda vacío, aún resuenan sus voces. Si se quiere oír.
Tanto Clara como Victoria eran fuertes y honestas, claramente feministas, entregadas a la causa progresista con toda su inteligencia y pasión dentro del campo republicano, pero estuvieron en trincheras opuestas en esa batalla que fue el debate sobre el derecho al voto de las mujeres.

En cuanto este se inició, se vio que iba a ser todo menos tranquilo. Cuando los señores diputados, los de antes y los de ahora, se enfrentan hasta sacarse los ojos, metafóricamente hablando, la opinión pública lo toma como parte de la lucha política, algo muy serio, legítimo e incuestionable. Pero el hecho de que Clara defendiera el sufragio femenino y de que Victoria se opusiera, provocó muchas burlas, espoleadas por los medios de comunicación. Se pudo leer comentarios como "dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo", o "¿qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?". Incluso el presidente Azaña, hombre serio donde los haya, describió la trascendental sesión como "muy divertida".

A pesar de que la prensa irónicamente les apodó La Clara y La Yema, Campoamor y Kent mantuvieron su lucha dialéctica, sabedoras de la transcendencia del momento. Se puede percibir aún, impregnado en las paredes del hemiciclo, el desgarro de Victoria, por mantener un no, a pesar de estar de acuerdo con las tesis sufragistas: "Creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal. Quiero significar a la Cámara que el hecho de que dos mujeres se encuentren aquí reunidas opinen de manera diferente, no significa absolutamente nada, porque dentro de los mismos partidos y de las mismas ideologías, hay opiniones diferentes (...). En este momento vamos a dar o negar el voto a más de la mitad de los individuos españoles y es preciso que las personas que sienten el fervor republicano, el fervor democrático y liberal republicano, nos levantemos aquí para decir: es necesario, aplazar el voto femenino (...). Señores diputados, no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República (...). Pero hoy, señores diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer". Ella consideraba que, influidas por la Iglesia, las mujeres votarían en contra de la República.

Se percibe aún el esfuerzo titánico de Clara, campeando prácticamente sola contra adversarios políticos, contra sus aliadas de género y contra buena parte de su propio partido. Mucha determinación hay que tener para plantarse ante el hemiciclo en esas circunstancias. Pero, si algo tenía Clara, era fuerza; quien lo dude, sólo tiene que fijarse en su mirada. Se levantó una y otra vez de su escaño, y se dirigió al estrado para remarcar con fuerza que no había ni razón ni justicia capaces de negar tal derecho a las mujeres, y que era labor de unas constituyentes progresistas el reconocerlo. Clara Campoamor proclamaba el derecho al voto femenino, independientemente de que gustase o no el resultado en las urnas. Su argumento básico fue la igualdad de todos los seres humanos, irrefutable para la izquierda: "Tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural, el derecho fundamental que se basa en el respeto de todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo...".
En las siguientes elecciones, en 1933, votaron las mujeres y, por fin, el sufragio fue universal. La derecha se presentó unida en bloque, al contrario que la izquierda. Ganó la coalición de partidos de derecha y tanto Clara como Victoria perdieron sus escaños. Con oportunismo vergonzante, los partidos de izquierda echaron toda la culpa al voto de las mujeres y a Clara Campoamor por haberlo defendido. Tres años más tarde, en 1936, volvía a haber elecciones, Clara quiso presentarse a diputada, pero ningún partido la quería en su seno. Explicó todo en un libro con un título inequívoco "Mi pecado mortal, el voto femenino y yo". Esta vez, toda la izquierda se presentó unida en el Frente Popular. Y ganaron. Después de la victoria electoral, nadie le pidió disculpas, tal vez porque equivalía a aceptar que se equivocaron en su análisis del descalabro electoral, que no fueron las mujeres las causantes de la derrota en el 33, sino la desunión de la izquierda. Difícil para los partidos de entonces y de ahora, reconocer sus errores, al parecer. Muchas lecciones se aprenden repasando nuestra Historia.

Fueron contadísimas las veces que Franco permitió el voto en sus referéndums, pero estaban incluidas las mujeres, por lo que es indiscutible lo que dijo Clara Campoamor en 1959: "Creo que lo único que ha quedado de la República fue lo que hice yo: el voto femenino". Murió en Suiza en 1972, olvidada por todos. Nosotras, ahora la recordamos y conmemoramos su aportación a la democracia plena, aquella que incluye a toda la ciudadanía sin distinción de sexos."
 
 
 
CLARA CAMPOAMOR
 
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